Vivimos en un mundo en constante cambio en el que existen ciclos precisos que regulan la temperatura, la humedad, el caudal de los ríos o las corrientes de aire y condicionan las formas de vida en la Tierra. Sin embargo, estamos experimentando transformaciones dramáticas debido a múltiples acciones humanas que tienen impactos en estos ciclos interconectados.
El ciclo del agua, por ejemplo, ha servido durante siglos para que los humanos podamos definir períodos de siembra y cosecha, o pesca y pastoreo de animales, entre otros procesos necesarios para la vida de las personas en el planeta. Este mecanismo de realimentación se da en todo el mundo y los seres humanos somos parte de él. Desafortunadamente, desde hace algunos siglos, nos hemos desconectado del agua y de su ciclo natural.
«Empezamos a hacer cosas que no correspondían: construir sobre llanuras de inundación, pavimentar excesivamente las ciudades, crear una serie de situaciones críticas que se hicieron no por maldad, sino porque simplemente no se sabía lo que se estaba haciendo en ese momento», afirma Eduardo Marín Salinas, arquitecto del Consorcio Raíces de Cartagena, del programa Water as Leverage Cartagena – Construyendo con el agua.
El cambio climático no se trata sólo del calor o lluvia, es un fenómeno que afecta la calidad del aire, la polinización, la producción de alimentos y los sistemas sociales. Estas variaciones pueden tener efectos negativos en la salud de las personas y en la forma en que vivimos, pues los servicios ecosistémicos, es decir, los beneficios que obtenemos de la naturaleza como alimentos y regulación de temperaturas, se ven comprometidos cada vez más, lo que llevaría a problemas graves como la escasez de alimentos y conflictos sociales como el exilio climático, en el que las personas tendrían que abandonar sus hogares debido a la falta de agua y por las condiciones ambientales extremas.
Agua y cambio climático: el efecto de una relación desequilibrada
El cambio climático es un recordatorio de que hemos perdido nuestra conexión con los ciclos naturales, lo que ha llevado a un aumento en la intensidad de eventos extremos, incluyendo la disponibilidad del agua, por ejemplo, en algunas zonas escasea y, en otras, es tan abundante que causa graves daños.
Según Marín, «el cambio climático es lo que hace que cuando llueve, llueve más, no es que llueva más cantidad ni menos, sino que llueve, a lo mejor, más en menos tiempo. También las olas de calor son más largas, es decir, el equilibrio de los ciclos se ha alterado».
El cambio climático no es exclusivo de una región geográfica; es un asunto global que se ha exacerbado debido a acciones antrópicas, es decir, aquellas producidas por actividades humanas. Marín señala que debemos adaptarnos a este nuevo entorno, no se trata sólo de afrontar un problema, sino de replantear nuestra forma de vivir en armonía con la naturaleza: «el cambio climático es una especie de desafío que nos hace pensar cuál es nuestra manera, a nivel global, de habitar en el mundo; si realmente los sistemas sociales, económicos, financieros, urbanos, están adaptados a un mundo que está vivo y que cambia».
¿Qué hacemos ante los eminentes efectos del cambio climático?
El cambio climático ya es una realidad. Las acciones para enfrentarlo van desde decisiones por parte de los gobiernos, hasta iniciativas ciudadanas; sin embargo, la clave es la adaptación.
Cristal Ange, biopsicóloga del Consorcio ConAgua, del programa Water as Leverage Cartagena – Construyendo con el agua, comenta que «la adaptación al cambio climático es un concepto bastante amplio que tiene que ver con cómo nos preparamos como países y comunidades. Son todas las medidas que se toman en niveles internacionales, regionales, pero también hasta llegar a la localidad». En cada ciudad del mundo, el cambio climático se vive de manera diferente: las características geográficas, la infraestructura urbana, los recursos y la capacidad de cada zona, la gobernanza y la participación ciudadana son factores que inciden en los impactos de este fenómeno, por eso la adaptabilidad depende de las condiciones de cada lugar.
En el caso de Cartagena, al tratarse de una ciudad costera, los efectos más importantes que se deben atender están relacionados con el aumento del nivel del mar. «Que suba el nivel del mar es un tema muy grave para una ciudad que está en toda la costa, así que esto debe estar en la agenda prioritaria de la ciudad al hablar de cambio climático», afirma Ange; sin embargo, para incluirlo en las agendas gubernamentales, se deben tener en cuenta factores como la financiación de iniciativas de adaptación, los planes locales y nacionales de gestión del cambio climático y acciones de la ciudadanía.
Según Ange, «acá tenemos una gran oportunidad con WaL Cartagena de generar unos lineamientos para adaptación a nivel de ciudad, pero con ejemplos concretos que se trabajen con las comunidades directas de cada zona; a eso es a lo que le estamos apuntando». En este contexto, Marín Salinas complementa señalando que se requiere un enfoque más consciente y respetuoso hacia la naturaleza, argumentando que «si queremos saber cómo adaptarnos al cambio climático, debemos aprender mucho más sobre cómo funciona la naturaleza»; subraya, además, que la naturaleza es una fuente inagotable de creatividad y adaptación, y que debemos considerarla como un modelo para nuestras propias soluciones de diseño.
El llamado es claro: el cambio climático no es solo un desafío, sino también una oportunidad para repensar y transformar nuestras sociedades y entornos urbanos hacia un futuro más sostenible y en armonía con la naturaleza. La adaptación al cambio climático no solo es necesaria, sino que también puede ser una fuente de innovación y creatividad en la construcción de un mundo mejor para las generaciones futuras